La Matemática surgió con el despertar
del alma humana; peor, no lo hizo con fines utilitarios. Fue el ansia de
resolver el misterio del Universo, delante del cual los hombres son como granos
de arena, que le dio el primer impulso. El verdadero desenvolvimiento resultó,
ante todo, del esfuerzo en penetrar y comprender el Infinito. El progreso
material de los hombres depende de las conquistas abstractas o científicas del
presente, y es a los hombres de ciencia que trabajan sin ningún designio de
aplicación de sus doctrinas, a los que la Humanidad será deudora en lo futuro.
Cuando el matemático efectúa sus cálculos o busca nuevas relaciones entre los
números, no lo hace con fines utilitarios. Cultivar la ciencia por la utilidad
práctica, inmediata, es desvirtuar el alma de la propia ciencia.
Privilegio grande del matemático es esa
ligazón íntima y misteriosa entre él y su aspiración, que, fuera de sí mismo,
casi no interesa a nadie; análogamente decimos de las aplicaciones prácticas de
la ciencia que apasionan a las multitudes, y frente a las cuales él permanece
aparentemente ajeno. Que ese acuerdo entre las especulaciones matemáticas y la
vida práctica se expliquen por medio de argumentos matemáticos o de teorías
biológicas, no importa; lo cierto es que esa relación existe y que la Historia
sólo ha logrado confirmarlo. En los estudios más áridos y abstractos el
matemático trabaja convencido que su labor, hoy o mañana, será útil a sus
semejantes. Esa certeza de la gran utilidad de su obra permite al matemático
entregarse, sin reserva y sin remordimiento, a los placeres de la imaginación
creadora, sin pensar más que en su propio ideal de belleza y verdad.
¿La teoría estudiada hoy tendrá aplicaciones en lo futuro?
¿Quién podrá aclarar ese enigma ni su proyección, a través de los siglos? ¿Quién podrá, de la ecuación del presente, despejar la gran incógnita de los tiempos venideros? Sólo Alah sabe la verdad. Es muy posible que las investigaciones teóricas de hoy provean, dentro de mil o dos mil años, de preciosos recursos a la práctica. Es preciso, sin embargo, no olvidar que la Matemática, además del objetivo de resolver problemas, calcular áreas y medir volúmenes, tiene finalidades mucho más elevadas.
Por tener alto valor en el desenvolvimiento de la inteligencia y del raciocinio, es la Matemática uno de los caminos más seguros por donde puede llegar el hombre a sentir el poder del pensamiento, la magia del espíritu.
El estudio de la matemática contribuye, por sí sólo, a la formación de la personalidad; ante todo, ejercita singularmente la atención, y, de ese modo, desenvuelve, constantemente la voluntad y la inteligencia; habitúa a reflexionar sobre una misma cosa que no ocupa los sentidos, a observarla en todos sus aspectos y en todas sus variantes, a compararla con otros objetos análogos, a descubrir tenues y ocultos vínculos, y a seguir, en todos sus pormenores, la extensa cadena de deducciones; de hábitos de paciencia, de precisión y de orden; inicia el razonamiento en los recursos de la Lógica; eleva y encanta por la contemplación de vastas teorías magníficamente ordenadas y resplandecientes de claridad.
La Matemática es, en fin, una de las verdades eternas y, como tal, eleva el espíritu –del mismo modo que lo hace la contemplación de los grandes espectáculos de la Naturaleza, a través de los cuales sentimos la presencia de Dios, Eterno y Omnipotente.
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